Se solicitaban en tiras de a 5 o de a 10, de acuerdo a la ley de cada kiosco. Y se podían comprar dos o tres para tener distintos sabores-colores. Una vez extraídas las raciones, cada chico o chica se iba envuelto en felicidad con su pequeña guirnalda dulce. Se pinchaba un vértice mediante un mordisco, una pequeña intervención casi de cirujano para que no sea un enchastre. Luego sí, a ingerirlo, chupando bien el plástico, borrando, incluso, de tanta succión, las letras blancas con el nombre.
Libertad Digital
La definición más indicada para estas 'mielcitas' podría ser “caramelo líquido”. Es que el resultado está a la vista: un mini sachet plástico, pegado uno a otro y a otro en cadena de hasta 50. Son apropiados para formar una especie de guirnaldas de dudoso cuidado bromatológico. Se podían observar en las ventanas de kioscos. Por dentro, se trata de una sustancia a la que no corresponde definirla como “miel”, pero que era pegajosa y dulce. Como opciones, tenía colores radiactivos que podrían pensarse como sabores: violeta, azul, rojo, amarillo, verde. Todo extremadamente flúor.
Se trata de una golosina que, observada desde la presente crisis sanitaria, resulta una aberración. Se chupa un plástico que se mantuvo colgado en una ventana. A su vez, desde cualquier punto de vista saludable, su contenido misterioso también deja mucho que desear. Sin embargo, en su época de gloria eran lo más común del mundo, de consumo corriente en la mayoría de los niños de las décadas del 80 y 90, cuando fue el furor.
Su creación se dio gracias a una reconocida fábrica ubicada en La Matanza, fundada en 1976. Hacían el Naranjú y Mielcitas. Se trató de una empresa que llegó a ser una de las 10 mayores productoras de golosinas de Argentina. Y sus productos, símbolos destacados de las infancias.
En cuanto al contenido de estos caramelos, se trata de un líquido que era, en realidad, jarabe de glucosa. El mismo iba acompañado con esencia de sabores indefinibles que intentaban ser manzana, dulce de leche y otros. A esto hay que sumarle el colorante, claro, para sus tonos estridentes. ¿Miel? Nada.
Cabe destacar que ya no se encontraban los minisachets en todas partes como antes, pero quienes supieron disfrutar de su época de gloria sabían dónde encontrar Mielcitas. Hasta que luego de 43 años ininterrumpidos de servicio golosinero, en julio de 2019 la fábrica que las hacía tuvo que cerrar, ahogada por las deudas.
Est significó una tragedia. No solo por la nostalgia perdida, sino por la crisis del consumo en general y, sobre todo, en lo puntual, por las 105 personas que quedaron desempleados, en su mayoría, mujeres, soportes de familia. Cabe destacar que estas personas no recibieron indemnización. Así, de un día para el otro, se apagó la maquinaria dulce que funcionaba en la calle Manuel Estrada 295 del partido de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires.
Los exdueños de la fábrica escaparon, pero para septiembre más de 80 operarias y operarios de la empresa decidieron levantarla como cooperativa. Lo consiguieron tras mucho trabajo, con apoyo de la comunidad, y para enero de este año volvieron a prender las máquinas. Actualmente, salen mielcitas hacia los kioscos.
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