Libertad Digital
Investigadoras del Instituto de Bioprospección y Fisiología Vegetal (INBIOFIV), de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y del Conicet, cultivan y analizan diferentes cepas locales de Cannabis sativa con fines medicinales. El objetivo es seleccionar la cepa más promisoria para desarrollar productos destinados a tratar el dolor. Una vez elegida, el INBIOFIV elaborará una preparación de uso medicinal estandarizada, y así establecerá la trazabilidad de todo el proceso, desde la planta hasta el producto final. Si bien se preparan aceites a pequeña escala, se busca la cantidad suficiente de cannabis para obtener formulaciones que permitan realizar ensayos clínicos en toda la provincia.
“Llevamos adelante un proyecto que se inició en 2018 destinado al estudio de cepas locales de cannabis medicinal. Son de cultivadores que trabajan hace mucho tiempo y que vienen estabilizando esas variedades”, señala María Inés Isla, una de las directoras del trabajo.
Las propiedades medicinales atribuidas a Cannabis sativa son muchas y van desde la actividad antiviral, hasta la analgésica, pasando por la antiinflamatoria, antitumoral, antimicrobiana y la más conocida, su actividad en el tratamiento de la epilepsia refractaria. Desde hace casi cinco décadas, su cultivo, consumo y venta fue considerado ilegal en un gran número de países, entre ellos Argentina. Recién en los últimos años se flexibilizó la legislación en torno a su investigación y consumo personal con fines medicinales.
BÚSQUEDA CONSTANTE
Tanto en Tucumán como en el resto del país existen cientos de cepas y cada una se diferencia de la otra en cuanto a sus características morfológicas, fisiológicas y químicas. El INBIOFIV estudia aquellas cultivadas en interior y, gracias a la aprobación de una iniciativa vinculada al uso de cannabis en patologías que incluyen procesos inflamatorios, se inició el cultivo experimental en un invernáculo, en predios de la UNT y en condiciones controladas.
Para que una cepa sea estable deben pasar de cuatro a siete ciclos de crecimiento (cada uno puede durar entre tres y cuatro meses), por lo que el proceso lleva alrededor de dos años. “Nosotros analizamos cómo se comportan las cepas que cultivamos en el tiempo para demostrar su estabilidad”, afirma Sebastián Torres, integrante del equipo. En este sentido, sólo las que están estabilizadas pueden inscribirse en el Instituto Nacional de Semillas.
Sin embargo, lograr una variedad estabilizada no es fácil porque puede cambiar mucho su composición química según la altura y el clima en la que se cultiva. “Tanto la genética como el entorno influyen. No es igual una planta cultivada a 700 metros de altura en San Miguel de Tucumán, que otra a dos mil o cuatro mil metros. Los perfiles químicos y las acciones farmacológicas son distintas”, resalta Catiana Zampini, científica que dirige la investigación junto a Isla.
“Cuando una cepa está estabilizada, la producción de cannabinoides (CBD, THC) y otras sustancias de la planta se mantienen en niveles más estables”, afirma Torres. La forma de cultivar la planta, secar las inflorescencias, extraer los bioactivos, evaporar los solventes y luego incorporar los bioactivos a un aceite, se modifica de un preparado a otro. “Por eso es importante estandarizar los cultivos y preparados, así como también realizar controles de calidad en cada una de las etapas del proceso, para saber exactamente lo que estamos consumiendo”, detalla.
FÓRMULA CONTRA EL DOLOR
Mediante un proyecto del Consejo Federal de Ciencia y Tecnología en el que participa el INBIOFIV, la UNT, el Instituto Miguel Lillo y el Ministerio de Salud tucumano, comenzarán a producir una formulación a base de cannabis para utilizarla en terapias. El proyecto consiste en el cultivo de las plantas necesarias para producir medicinas y abastecer a 100 pacientes que realizan terapias para el tratamiento del dolor.
“Se trata de un fitocomplejo formado por cannabinoides, terpenoides y otros metabolitos bioactivos como compuestos fenólicos, con un balance apropiado de CBD/THC para lograr el efecto buscado”, indica Isla. Si bien hoy están produciendo aceites a pequeña escala, la meta es elaborar la cantidad suficiente para realizar un ensayo clínico con pacientes de la Provincia. A través de esa vía adquirieron financiamiento para comprar equipos que hoy les permite trabajar a escala piloto.
ACEITES, CÁPSULAS Y PASTILLAS
El cannabis se encuentra en la categoría de “sustancias sujetas a control especial”. Para cultivar y analizar los productos preparados es necesario el visto bueno de la ANMAT. “Tanto el Instituto de investigación como su director técnico deben estar habilitados para brindar un servicio a la gente y examinar los aceites”, sostiene Isla. El INBIOFIV posee esa habilitación y brinda servicios de control de calidad de diferentes productos a base de cannabis.
Sin embargo, existe otro circuito por fuera de lo formal donde el aceite es la manera más corriente de comercializar los preparados de cannabis. “Su uso para la extracción de principios activos de las inflorescencias de cannabis se popularizó en las preparaciones artesanales debido a que no resulta complejo realizar el proceso”. No obstante, el abanico comienza a abrirse a causa de nuevas tecnologías que desarrollan el producto en cápsulas o pastillas, que son formas más sencillas de usar y cuantificar.
En este aspecto, el Instituto trabaja en una preparación de uso medicinal estandarizada, cuya composición química sea conocida y el recorrido del proceso pueda establecerse desde la planta hasta el producto final. Además del apoyo de la UNT y el Conicet, el proyecto cuenta con financiamiento del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación.
Fuente: Página 12
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