Qué historia tiene el palacio
La obra se terminó en plena década de 1930, cuando Buenos Aires atravesaba una fase de consolidación como capital moderna, y se diseñó bajo una lógica palaciega aplicada al modelo de vivienda multifamiliar, que entonces representaba una novedad.
El inmueble presenta una composición clásica en tres cuerpos: basamento, piano nobile y remate en mansarda. Marta García Falcó, arquitecta UBA e investigadora independiente, además de ser responsable del Archivo Histórico de la Sociedad Central de Arquitectos, explicó que el edificio está compuesto por cuatro pisos principales, un entrepiso y una planta baja con unidades más pequeñas, además de dos niveles superiores en el remate.
En total, las unidades superan los 300 metros cuadrados, con techos altos y terminaciones nobles. En palabras de García Falcó, “estas construcciones ofrecían el lujo y la estética de los antiguos palacios del siglo anterior, aunque adaptados a una escala más racional”.
Durante décadas, el edificio albergó familias de alto poder adquisitivo. En una de sus alas se instaló la primera vivienda prefabricada que tuvo la ciudad, según datos históricos. Los materiales con que se construyó llegaron en barcos desde Europa: herrajes belgas, mármoles italianos, pisos de roble de Eslavonia y fallebas de bronce francés. El sistema de calefacción central con calderas resultaba una innovación en 1931 y aún hoy sigue en funcionamiento. En los departamentos del remate vivía el personal de servicio de los inquilinos, como era habitual en la tradición europea.
Esta lógica, explicó la arquitecta Rosa Aboy, refleja una época donde solo el 17% de la población era propietaria de su vivienda y el resto alquilaba, incluso en edificios de esta categoría.
Escenario inmobiliario
En la actualidad, el edificio ofrece unidades únicas. Una de las más destacadas, con 465 m2, cinco ambientes y vista directa a la plaza, se encuentra a la venta por u$s2.100.000. Otro departamento (el usado volvió a ganar protagonismo) con 10 ambientes y 100% reciclado tiene un valor de mercado de u$s1.800.000.
También se ofrecen algunas unidades bajo contrato de alquiler, con precios que parten de los u$s3.000 mensuales, orientadas a un público internacional o corporativo que valora la localización y el estilo.
Cecilia Baccello, titular de la inmobiliaria que comercializa varias de estas propiedades, explicó que el atractivo no se basa únicamente en los metros cuadrados o las vistas: “Desde que uno cruza la puerta del edificio, con su revestimiento de piedra París y sus molduras originales, hasta llegar al palier privado de cada unidad, se percibe una experiencia completamente distinta. Hay luz, amplitud, y una atmósfera que no se encuentra en otros edificios”.
Las restauraciones buscaron respetar la identidad original, incluyendo la recuperación de los pisos de roble mediante aceites naturales, la restitución de molduras y el mantenimiento de elementos estructurales que hoy están protegidos por ley.
Una de las reformas más complejas fue la que llevó adelante la arquitecta María Gómez Poviña. En una de las unidades vendidas, se decidió conservar el ingreso original, respetar el damero de mármol de la recepción y restaurar los armarios empotrados de los dormitorios.
El área de servicio fue completamente modificada: se derribaron divisiones internas y se creó un gran espacio de cocina comedor, donde se integró una mesa de trabajo y un comedor familiar. Para las mesadas se seleccionó mármol Tundra Gris, mientras que en los baños se combinaron piezas de Verde Gaya y Rosa Portugués. “La premisa fue mantener el lenguaje de época con materiales contemporáneos. La modernidad no se impuso: se tejió con lo que ya existía”, explicó Gómez Poviña.
Los dormitorios que miran al contrafrente se abrieron para capturar más luz natural. Aunque la disposición original fue preservada, se introdujeron elementos de diseño funcional sin alterar la esencia del espacio. En los salones principales, que mantienen balcones con ornamentos metálicos, el paisaje que se observa remite al pasado: la Cancillería (ex Palacio Anchorena), los árboles añosos de la plaza, y el silencio contenido de una zona que resiste el paso del tiempo.
Baccello consideró que este tipo de inmuebles “no se comparan con ninguna torre moderna. Quien compra aquí no busca amenities, busca permanencia”.
La protección cautelar con que cuenta el edificio impide su demolición, pero habilita reformas aprobadas por las autoridades competentes, siempre que se ajusten al criterio de conservación. Esta regulación permitió mantener en pie un edificio que integra un puñado de íconos de la ciudad, como el Palacio Paz, el Estrugamou o el Kavanagh. A diferencia de esos ejemplos, el Saint cuenta con menos difusión, lo que refuerza su carácter reservado. “Es un secreto a voces entre quienes buscan inmuebles irrepetibles”, apuntó Baccello.
Con identidad propia
El mercado inmobiliario premium en la zona de Retiro responde con su propia lógica. Las unidades como las del Palacio Saint tienen un público específico: no se publicitan masivamente ni se venden bajo presión.
Según Baccello, “quienes las buscan las vienen siguiendo, preguntan por años, esperan que salgan a la venta y cuando ocurre, no dudan”. Estos compradores suelen resignar prestaciones modernas como cocheras o espacios comunes, pero a cambio acceden a propiedades que ofrecen historia, valor cultural y una ubicación privilegiada.
En el contexto del mercado porteño, el segmento de propiedades históricas recicladas mantuvo su atractivo incluso en los momentos de mayor inestabilidad económica. Por su valor patrimonial, su escasez estructural y su carga simbólica, estas unidades funcionan como refugios que resisten las oscilaciones de precios. “El que compra aquí no compra ladrillos, compra una parte de la ciudad que ya no se fabrica”, resumió Baccello.
Los pasillos revestidos en mármol, las puertas dobles, los herrajes originales y los techos de más de 3,50 metros remiten a una lógica arquitectónica que desapareció del mercado contemporáneo. En un edificio sin publicidad ni marketing, cada venta funciona como un hito discreto.
El Palacio Saint permanece como testimonio vivo de una etapa en que la arquitectura porteña buscó conjugar elegancia, confort y ambición urbana en partes iguales. Sus muros, restaurados pero intactos, siguen contando esa historia.
Fuente: Ámbito Financiero
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