Libertad Digital
En esta nota te explicamos por qué se pueden encontrar pequeñas partículas con propiedades magnéticas en la yerba mate y su potencial impacto en la salud.
La planta y el suelo de cultivo
La yerba mate (Ilex Paraguariensis) es producida mayormente en la provincia de Misiones y el nordeste de Corrientes, siendo nuestro país el mayor productor y exportador mundial, según datos del Gobierno nacional.
El característico color rojo de los suelos misioneros indica que hay algo diferente en su composición. Marcelo Carrera, investigador de Conicet y director del Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra en la provincia de Córdoba explicó a Chequeado que “los suelos de Misiones se relacionan con la erosión de los basaltos. Estas rocas se caracterizan por la presencia de hierro y aluminio cuya oxidación da coloración rojiza”. Y agregó: “si se acerca un imán a esas partículas microscópicas de hierro, que están naturalmente en la tierra, se van a adherir”.
La presencia de partículas con propiedades magnéticas en la yerba mate no es algo nuevo y es tema de estudio en el laboratorio de yerba mate de la Facultad de Ciencias Exactas, Químicas y Naturales de la Universidad Nacional de Misiones (UNAM). Investigadores de este laboratorio presentaron un trabajo científico en el VIII Congreso Sudamericano de Yerba Mate que se realizó en Paraguay el pasado septiembre.
Utilizando técnicas de difracción de rayos X encontraron presencia de minerales como hematita y magnesioferrita, ambas son sustancias magnéticas que se encuentran también en los suelos misioneros.
“Por más que estos defectos puedan parecernos inadmisibles son naturales y no presentan un riesgo inherente para los consumidores”, explicó a Chequeado Ana Thea, doctora en ciencias aplicadas de la UNAM e investigadora en el Laboratorio de Yerba Mate de dicha Institución.
A propósito de los posibles defectos en alimentos, la FDA (Agencia del Gobierno Federal de los Estados Unidos que garantiza la seguridad de los alimentos) elaboró un documento donde presenta los límites de defectos que no se pueden evitar pero que no presentan riesgo para la salud humana.
Del campo al saquito de mate cocido
Cuando las hojas de yerba mate alcanzan un determinado desarrollo, se cosechan y transportan a la planta procesadora. Ahí se secan, muelen y mezclan en una proporción predeterminada de hojas, palo y polvo que luego se envasa como producto terminado.
Las hojas no pasan por un proceso de lavado, ya que afecta la calidad y podría ser contraproducente al favorecer el desarrollo de microorganismos. Además, implicaría un gran gasto innecesario de energía y agua.
El producto terminado pasa por un detector de metales para garantizar la ausencia de partículas o piezas metálicas que podrían llegar accidentalmente durante el proceso de producción.
La tierra adherida en las hojas y palo se va desprendiendo durante el zarandeo, secado, molienda y también queda adherida en las trampas magnéticas que hay a lo largo del proceso de producción. “Para evitar tanto el daño de los equipos como la presencia de objetos extraños en el producto hay sistemas de imanes en todas las etapas. De todas maneras, trazas de polvo pueden pasar al producto final”, indicó Thea.
El producto final
La composición de la yerba mate (y la del mate cocido) está regida por el artículo 1195 del Código Alimentario Argentino que da los requerimientos fisicoquímicos y microbiológicos con los que deben cumplir estos productos para comercializarse en nuestro país.
Dentro de estas especificaciones se encuentra un valor llamado “cenizas totales”. Nada tiene que ver esto con que se permitan cenizas en el producto. El término “cenizas” en alimentos hace referencia a lo que queda luego de exponer una muestra de yerba a muy altas temperaturas (550°C) e indica la presencia de minerales, cómo por ejemplo, el hierro.
La ley contempla un valor máximo de 9% de cenizas (en relación al producto seco) que pueden provenir de la planta, del suelo e incluso indicar presencia de polvo. Un valor mayor sería un indicador de adulteración del producto y no podría ser comercializado.
De acuerdo al trabajo de investigación del equipo de la UNAM existe una correlación positiva entre el contenido de cenizas totales y el contenido de partículas con propiedades magnéticas. Así, el análisis de cenizas totales sería un indicador de los niveles de presencia de partículas magnéticas en el alimento. Si las cenizas totales no sobrepasan el límite establecido por ley (tal fue el caso de las 10 muestras comerciales analizadas en el trabajo) entonces tampoco hay una concentración anormal de partículas magnéticas.
Sin riesgo para la salud
Muchos alimentos contienen metales como hierro, aluminio y zinc que, en concentraciones normales, no implican ningún riesgo para la salud. Por el contrario, son necesarios para llevar adelante los procesos vitales.
Por otra parte, la yerba mate es rica en compuestos antioxidantes llamados polifenoles. Dentro de sus propiedades, tienen la capacidad de “atrapar” el hierro, impidiendo su absorción en el cuerpo. “Además, las partículas son insolubles en agua, por lo que deberían atravesar la malla del saquito. La probabilidad de absorción en el organismo es prácticamente nula”, indicó la bioquímica Thea.
Por su parte, Aldo Sergio Saracco, médico toxicólogo miembro de Sociedad Iberoamericana de Salud Ambiental, explicó a Chequeado: “Las partículas captadas por los imanes, contienen hierro en un estado químico que impide o dificulta su absorción; por lo que su consumo no implicaría un riesgo para la salud debido a su poca o nula absorción y a la vez su baja concentración”.
Chequeado ha desmentido con anterioridad desinformaciones que aseguran que la yerba mate contiene óxido de grafeno. Esto es falso.La yerba mate no contiende óxido de grafeno, según análisis de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) y el Instituto Nacional de la Yerba Mate. A su vez, el óxido de grafeno es un material que no posee propiedades magnéticas.
Por Mara Galmarini y Tomás Gill* para Chequeado
*Mara Galmarini es doctora en bromatología e investigadora del Conicet y Tomas Gill es ingeniero en alimentos y becario doctoral del Conicet
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